Cómo hacer que un niño se concentre en los estudios

Hoy en día, muchos padres se preguntan cómo hacer que un niño se concentre en los estudios en medio de tantas distracciones. Entre las pantallas, los videojuegos, los videos cortos y el ruido de fondo que parece no terminar nunca, sentarse a estudiar no es fácil.

Lo cierto es que esta sobrecarga de estímulos ya está generando consecuencias. Hay estudios que lo muestran con claridad. Uno de ellos encontró que por cada hora diaria de televisión antes de los tres años, el riesgo de tener problemas de atención a los siete aumenta en torno a un 10 %. Es un dato que ayuda a dimensionar el problema.

Por supuesto, no todos los niños que se distraen tienen TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad). Por eso es importante saber distinguir cuándo se trata de falta de interés y cuándo hay algo más. En el caso de este trastorno, hay una base neurológica que explica esta dificultad para concentrarse. Se calcula que afecta a un 5 % de los niños en todo el mundo.

Aquí no se trata de repetir los mismos consejos de siempre. Decirle a un niño «ponte a estudiar» puede sonar lógico, pero rara vez alcanza para que realmente se concentre. Por eso, la idea es ir un poco más allá y proponer estrategias que se puedan aplicar en la vida cotidiana.

Cómo hacer que un niño se concentre en los estudios

Entender el cerebro del niño: No es (solo) cuestión de voluntad

A veces damos por hecho que un niño debería concentrarse solo porque se lo pedimos. Como si fuera cuestión de sentarse, hacer un esfuerzo y ya. Pero no funciona así. La capacidad de atención depende mucho de la edad y de cómo se va desarrollando su cerebro.

Un niño de seis años, por ejemplo, difícilmente va a poder quedarse una hora entera haciendo tarea sin distraerse porque no está diseñado para eso todavía. A los 12 es otra historia. El cerebro ya ha madurado un poco más y puede sostener el foco durante más tiempo.

Algunos especialistas hablan de una regla bastante sencilla: entre dos y cinco minutos de concentración real por cada año de edad. Siempre hablando de actividades que no le resulten demasiado entretenidas. Así que si tu hijo de siete años se dispersa después de diez o quince minutos, probablemente no sea un problema. Es lo esperable.

Además, hay que tener en cuenta que la parte del cerebro que se encarga de planificar, organizarse o controlar los impulsos —la famosa corteza prefrontal— todavía está en proceso de maduración cuando son chicos.

Por eso les cuesta tanto obligarse a prestar atención o pensar en lo que puede pasar si no estudian para el examen de la próxima semana. No es que no quieran, es que biológicamente todavía no están preparados para hacerlo del todo bien.

Y como si fuera poco, hay otros factores del día a día que también pueden afectar mucho su concentración. Por ejemplo:

  • Dormir mal o dormir poco. Si el niño no descansa bien, al día siguiente está más cansado, de mal humor, y con la cabeza en cualquier parte menos en la tarea.
  • Alimentarse mal. Mucho azúcar, pocas vitaminas… eso a veces provoca que les suba la energía de golpe y luego les baje de la misma manera, dejándolos más distraídos o inquietos.
  • Estrés. Sí, aunque no lo digan, los niños también se estresan. Problemas en casa, cambios de rutina, demasiadas actividades o simplemente sentirse presionados puede hacer que suban sus niveles de cortisol, esa hormona que cuando está alta bloquea la memoria y dificulta la concentración.

Por eso, más que pensar que no se concentran porque no quieren, conviene mirar un poco más allá. A veces es cuestión de madurez, otras de hábitos diarios, y muchas veces de paciencia.

Crear un entorno que «obligue» a enfocarse (sin que se note)

Crear un entorno que «obligue» a enfocarse.

A veces no hace falta dar grandes discursos para que un niño se concentre. Un par de cambios en su espacio pueden ayudar más de lo que uno piensa.

Y es que al final, el ambiente influye muchísimo. No es lo mismo tratar de trabajar con la televisión encendida o con ruidos de fondo, que estar en un lugar tranquilo y ordenado. Con los niños pasa igual. Por eso conviene preparar su espacio de estudio para que esté cómodo, pero sin cosas que le roben la atención.

¿Qué se puede hacer?

Diseño sensorial del espacio

Los colores muy fuertes o un escritorio lleno de elementos pueden distraer más de lo que ayudan. Lo ideal es que tenga un lugar limpio, con pocos objetos alrededor y colores suaves o neutros que no lo sobrecarguen. Y si el silencio total lo incomoda (porque hay niños a los que les pasa), se puede poner música tranquila o sonidos de la naturaleza de fondo.

Recompensas inmediatas vs. puntos acumulativos

Es fácil caer en el “si estudias te doy algo”, pero si esto se usa todo el tiempo, al final el niño solo va a estudiar por el premio. Una opción mejor es usar un sistema de puntos o estrellitas.

Cada día que cumple con su tarea gana una y cuando junta varias puede tener un premio especial el fin de semana. No hace falta que sea algo costoso: ver su película favorita o elegir qué merendar puede ser suficiente. Además, esto le enseña a esperar y a valorar el esfuerzo.

Apoyos tecnológicos

La tecnología también puede jugar a favor si se usa bien. Existen aplicaciones como Forest, que “planta” un árbol virtual si el niño no toca el teléfono por un tiempo determinado.

Forest.

Y si no tiene celular, no pasa nada. Un temporizador de cocina de los de siempre funciona perfecto. Se puede pactar un tiempo corto de estudio —por ejemplo, 15 minutos bien concentrado— y cuando suene la alarma, hacer una pausa breve para descansar o moverse un poco.

También existen herramientas que permiten a los padres tener un mayor control sobre el uso que los niños hacen del celular o la tablet. Una de las más completas es Msafely, que permite supervisar el tiempo que pasan en cada aplicación, bloquear sitios no deseados o limitar el uso del dispositivo durante las horas de estudio. Usada con responsabilidad, puede ser una gran aliada para reducir distracciones tecnológicas y ayudar a construir mejores hábitos digitales.


 Página principal de Msafely

Estrategias neurodivergentes: Cuando lo tradicional no funciona

Niños aprenden.

No todos los niños aprenden igual. Hay chicos que necesitan otro tipo de ayuda, algo distinto a lo clásico de “siéntate y haz la tarea”, especialmente si son neurodivergentes, como los que tienen TDAH o son muy sensibles a los estímulos. No se trata de forzarlos a encajar en un método, sino más bien de hacer que el método se adapte a ellos.

  • Dejar que se muevan un poco: hay niños que, para concentrarse, necesitan moverse. Por esto, en lugar de pedirles que se queden quietos (lo que solo suma frustración), es mejor permitir cierto movimiento. Que caminen mientras repasan la lección, que digan las tablas de multiplicar dando pequeños saltos, o que tengan un juguete antiestrés en la mano mientras leen.
  • Tiempos cortos, descansos activos: el famoso método Pomodoro, pero en versión niño. No necesitan estar sentados media hora seguida. Mejor acordar 10 o 15 minutos bien concentrados y después darles un mini descanso: moverse, estirarse, tomar agua, lo que les guste. Así el tiempo de estudio se siente más llevadero y no tan eterno.
  • Aprender jugando de verdad: a veces lo que no funciona es la palabra “estudiar”. Basta con cambiar la forma en que se presenta. Por ejemplo, que jueguen a ser un detective resolviendo un misterio, o un profe que luego va a explicarle la lección a sus peluches. Si lo vive como un juego, lo asimila mejor, sin la carga de sentirse “obligado a estudiar”.

La conexión emocional: Sin esto, ninguna técnica funcionará

Podemos tener el mejor escritorio, el horario más organizado, pero si el niño está ansioso o desmotivado, nada de eso va a servir mucho. La parte emocional es lo primero. Si no está bien, concentrarse se vuelve casi imposible.

De hecho, el estudio Some effects of anxiety on the students’ school performance lo confirma: cuando un niño se siente nervioso o presionado, su atención y su memoria bajan. Y claro, el rendimiento escolar también.

Por eso, antes de entrar de lleno en técnicas de estudio, conviene trabajar lo emocional. Son gestos pequeños, pero importantes.

  • Respirar juntos un par de veces antes de empezar ayuda mucho. Inhalar, contar hasta cuatro, exhalar. Así de simple.
  • Cuidar el ambiente. Evitar gritos o críticas. Mejor resaltar lo que hace bien: «Te esforzaste mucho» o «Sé que esto es difícil, pero lo estás logrando». Eso motiva más que cualquier premio.
  • Ayudarlo a confiar en sí mismo. Un diario de logros funciona bien. Escribir o dibujar cada noche dos cosas que hizo bien en el día. Eso, aunque parezca mínimo, le enseña a creer en sus propias capacidades. Y cuando un niño cree que puede, el estudio ya no se siente tan pesado.

Colaboración con la escuela: Lo que los padres deben exigir

El aprendizaje no depende solo de casa. La escuela es parte fundamental. Si un niño tiene problemas de concentración, padres y profesores tienen que estar en la misma página.

  • Hablar con los profesores: no esperes a que te llamen. Pide reuniones, aunque sean cortas. Pregunta cómo lo ven en clase y cuéntales cómo va en casa. Cuando el niño ve que los adultos están conectados, entiende que su educación importa.
  • Pedir lo que necesita: si tu hijo se distrae fácil o necesita más tiempo en los exámenes, díselo a la escuela. Hay apoyos y adaptaciones. Infórmate y no tengas miedo de pedirlos.
  • Buscar tareas diferentes: si las tareas repetitivas lo frustran, sugiere proyectos prácticos. Muchas escuelas ya trabajan con metodologías más activas. Y si no, puedes complementarlo en casa.

Casos prácticos: Ejemplos de familias que lo lograron

Caso 1: Niño con altas capacidades aburrido en clase

Juan, 9 años, se aburría en clase. Sus padres hablaron con la escuela para darle tareas más desafiantes. En casa lo motivaban a investigar lo que le gustaba y enseñarlo a la familia. Recuperó interés y mejoró su atención.

Caso 2: Niña con ansiedad ante exámenes

María, 12 años, sufría ansiedad en los exámenes. Sus padres trabajaron primero en la calma: respiraciones, frases positivas, un diario de logros. Con práctica y paciencia, volvió a confiar en ella misma. Y aprobó.

Errores comunes que arruinan la concentración (y cómo evitarlos)

A veces, sin querer, hacemos cosas que complican más que ayudan. Sobre todo cuando los niños intentan concentrarse.

  • Horario rígido: no todos los niños rinden igual a la misma hora. Algunos necesitan moverse o jugar un rato antes de sentarse a estudiar. Otros prefieren hacerlo de inmediato. Si el horario siempre termina en pelea, vale la pena probar otro momento del día.
  • Evitar el aburrimiento todo el tiempo: llenar cada minuto libre con pantallas o actividades no ayuda. El aburrimiento no es malo. Es justo lo que a veces despierta la creatividad o las ganas de leer, dibujar, inventar algo. Si tu hijo dice «me aburro», no corras a darle el celular.
  • Olvidar las pausas: hacer toda la tarea de corrido rara vez funciona. Los niños necesitan moverse, tomar agua, estirarse un poco. Esas pausas cortas activan la mente y los ayudan a seguir mejor. Además, un niño con sed o cansado difícilmente va a concentrarse bien.

Conclusión: Construir hábitos, no soluciones rápidas

Que un niño se concentre al estudiar no pasa de un día para otro. Es un proceso que requiere paciencia, constancia y entender que no todos los días serán iguales.

Al final, hay tres ideas básicas que ayudan mucho:

  • Respetar sus tiempos: su edad, sus horas de sueño, su forma de aprender. No se trata de exigirle más de lo que puede dar, sino de acompañarlo en su ritmo.
  • Cuidar el entorno y la rutina: un espacio tranquilo, sin distracciones, y un ambiente donde se sienta seguro. Eso ya hace una gran diferencia.
  • Probar sin miedo a cambiar: si un método no funciona, se cambia. A veces tocará estudiar en movimiento, otras hacer pausas, otras jugar un poco. Todo suma.

Lo importante es empezar. No necesitas aplicar todo a la vez. Prueba con una idea, observa qué pasa y ajústalo. Así se construyen los hábitos que realmente se quedan.